viernes, 17 de agosto de 2012

Los girasoles ciegos: capítulo 4 y conclusiones generales

Hace unos cinco minutos que he acabado de leer el cuarto y último capítulo de Los girasoles ciegos y, por tanto, el libro al completo. No suelo escribir lo que opino de las distintas obras justo al acabar su lectura, porque pienso que es bueno dejar reposar unas horas el libro en nuestra conciencia para comprender y degustar todos sus ángulos y matices. Pero hoy voy a hacer una excepción, ya que no sé si mañana podré escribiros algo, y así aprovecho para dejar algo hecho para que lo podáis leer, que viendo el éxito que esta teniendo el blog este mes (gracias, gracias y mil veces gracias) os lo merecéis, sin duda.

El capítulo cuatro es el que aporta el título general al libro, y supongo que la película que se hizo hace unos años de este libro se realizaría a partir de este relato. Quizás me anime a echarle un vistazo a la película si puedo, y os la comente. En esta historia, se presenta a una familia que tiene que esconder al padre debido a sus ideas políticas y a actos relacionados con las mismas, en este caso, dentro de un armario. Volvemos a encontrar referencias a otro capítulo, el segundo, ya que la joven madre muerta de este es aquí la hija y hermana que huyó y que no se sabe si está viva o muerta. El contrapunto de la historia lo pone un religioso, profesor del hijo pequeño de la pareja protagonista, que se enamora (o más bien, se obsesiona) con la mujer, lo que desencadenará el conflicto final.

El relato cuenta con varias voces narrativas, que consiguen encajar del todo una historia desde sus distintos puntos de vista. Destaca la carta que envía el religioso a un superior, en la que va contando lo sucedido, y el relato del niño, ya adulto.

El amor de la pareja, que se sobrepone al difícil tiempo vivido, vivir en la incertidumbre de no saber dónde está la hija ni cómo está, la inocencia del niño y su capacidad para comprender la situación sin preguntar, la prepotencia del cura y su turbación por la protagonista, así como la aparición de una policía asquerosa, cruel y obscena son algunos de los rasgos distintivos del último relato.

Aunque a primera vista pensaba que la novela sería únicamente el último relato, ya que no contaba con los otros tres, tengo que decir que los cuatro son brutales como ejemplo de una época difícil, que dejó demasiadas heridas abiertas. Todos los relatos son conmovedores, aunque reconozco que con el segundo y con este último que acabo de comentar se me ha escapado alguna lágrima, ya que realmente son la clase de historias que nadie debería haber vivido. El autor no escatima en adjetivos para describir situaciones extremas, terribles, crueles e inhumanas, con los que logra que veamos a todos los personajes ubicados en sus vidas y desempeñando sus roles. No podemos decir que sean relatos en los que se vislumbre alguna esperanza, porque ninguno acaba de una manera triunfal para sus protagonistas; más bien, se incide y se recalca la tragedia y lo terrible de la posguerra. Y, evidentemente, el hecho de que se parta de historias reales hace que el lector sienta todavía más el triste devenir de la vida de los personajes, personas reales con nombres y apellidos que sufrieron lo inimaginable.

Yo, sin embargo, me quedo con el padre del último relato. He llorado con él, porque es uno de esos personajes a los que se le coge un cariño increíble. Tengo que confesar que tras haber escrito esto las lágrimas han vuelto a mis ojos, porque su historia es terrible y triste como pocas. Sirva esto como ínfimo homenaje hacia él, así como hacia al escritor de la obra, Alberto Méndez, quien hizo un gran trabajo narrativo y de recopilación, y del que no pudo disfrutar debido a su fallecimiento; también, hacia el resto de personajes que tanto sufrieron y que aparecen en el libro, y a todas aquellas personas que murieron por sus ideas, muerte que a mi modo de ver es una de las más reflejan la estupidez y la maldad humanas.


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