domingo, 23 de septiembre de 2012

Martes con mi viejo profesor

Es difícil hacer un comentario de este libro sin que me ponga un poco triste. No estamos ante un libro más, porque es una historia real, cruda y redactada sin ninguna pretensión de suavizar la difícil situación por la que pasa el protagonista del libro, el profesor del título. Pero, aunque no soy demasiado fan del género biográfico, también creo que libros así nos acercan a la realidad y nos hacen aprender de aquellas personas que no tienen una vida normal, sino que, por lo que sea, tienen una existencia complicada.

Pero este no es un libro que se centre en la autocompasión, ya que ni siquiera el propio enfermo la tiene. Estamos ante una especie de tesina, como dice el autor, sobre la vida, la enfermedad, la muerte, el amor, la familia y sobre casi todo lo importante de la vida. 

La historia comienza con la relación entre un alumno y un profesor, que prometen seguir con su amistad aunque el joven haya acabado la carrera. Las prisas, el trabajo y el tiempo les alejan, hasta que el antiguo estudiante ve a su profesor en un programa de televisión, ya enfermo pero con la misma fortaleza que siempre, y a partir de ahí intenta retomar el contacto.

El profesor de sociología Morrie Schwartz, ahora enfermo de ELA, se va consumiendo poco a poco, lo cual se refleja en el libro sin esconder nada de lo que ello implica. Pero mientras el momento final de la vida de Morrie llega, el exalumno vuelve a retomar aquellas charlas, casi clases, con él. Ya no es el joven prometedor que abandonó la universidad, sino que es un periodista deportivo absorbido por el trabajo y el estrés; a lo largo de sus encuentros con Morrie descubrirá que no está llevando la vida que pretendía anteriormente, sino que ha cedido a los errores cometidos por su generación: el egoísmo, el afán por tener dinero y gastarlo hasta empeñarse, la falta de tiempo para las cosas verdaderamente importantes, etc. Esto le empujará a replantearse su vida y a cambiar ciertas cosas que no estaban demasiado bien, como la relación con su hermano, gravemente enfermo.

La estructura del libro nos ofrece el relato de los antiguos encuentros entre profesor y alumno, pasajes de la vida posterior de Mitch cuando ya es periodista deportivo y las conversaciones entre Mitch y Morrie, además de otros detalles. Todo ello va tejiendo la historia final, en donde descubrimos que pasado y presente no están tan alejados, a pesar de los años que han pasado.

No creo que sea necesario destripar nada más del libro. Supongo que con lo que he comentado ya os haréis una idea del desenlace, que se anuncia desde el principio de la historia. ¿Qué es lo que convierte a Martes con mi viejo profesor en un buen libro? La ternura, la dulzura y la amistad que se nos muestran a cada línea; el amor y la autenticidad de sus personajes. Pero también la cara amarga del libro, el modo de enfrentarse a una enfermedad terrible, el saber que uno se muere y no hay remedio para ello, la decadencia del cuerpo cuando la mente está todavía terriblemente lúcida y con ganas de seguir adelante.

Después de leer esto, creo sin temor a equivocarme que estaréis pensando en lo duro que es el libro. Pero para nada es así: también hay entrega, cuidado, cariño, despedidas que en otras ocasiones no se pueden propiciar, dignidad, esperanza e incluso alegría. Y ya os digo que esto está presente a pesar de que desde un inicio los personajes saben cómo va a acabar todo.

Sabéis que no me gusta hablar de temas personales, pero leyendo esto he revivido alguna situación. Y he pensado que la ELA es una enfermedad terrible y que no se la deseo a nadie, de verdad, porque aunque yo solo sabía algunos aspectos de ella antes de ponerme a leer Martes con mi viejo profesor ahora que he leído todo lo que conlleva me parece una enfermedad muy cruel. Pero ya me hubiera gustado a mí despedirme de una de las personas más importantes de mi vida así, hablando, con serenidad, siendo consciente de que era el final pero con esperanza y con todo el amor de la despedida que aquí se muestra. Entenderéis que no escriba más que esto. Sois lo suficientemente listos como para haceros una idea de por qué no sigo escribiendo. No me quiero despedir sin recomendaros una vez más que lo leáis, porque de verdad os va a gustar y os va a llegar muy hondo. Nos leemos. 

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