domingo, 8 de junio de 2014

Lo que me queda por vivir

Hola a todos. Lo primero, muchísimas gracias por seguir ahí al pie del cañón, incluso cuando he tenido que estar ausente unos cuantos días, unos por obligación y otros porque necesitaba echar el freno, pensar y relajarme un poco, que falta me hace. He acabado una etapa y me enfrento a otra llena de proyectos, algunos todavía inciertos, que os iré contando poco a poco. Pero eso será en próximas entradas.

Esperaba poder escribir hoy otra entrada, la que os debo sobre Ilustres Ignorantes World Tour, pero lo cierto es que necesito un par de imágenes y hoy no las puedo conseguir. Ahora, ya os anuncio que valdrá la pena la espera, ¡qué gran noche la del 31 de mayo!

Pero como hoy quería dejar escrita una nueva entrada, sobre todo por todos aquellos que, como he dicho, seguís ahí incluso cuando veis que no doy señales de vida, os voy a hablar de un libro que me ha acompañado en estos días de trenes, de idas y venidas. Me refiero a Lo que me queda por vivir, de la escritora Elvira Lindo, libro que me habían recomendado hace ya tiempo y que tenía muchas ganas de leer.

Nunca había leído una novela de Elvira Lindo que no fuera infantil, ya que lo único que había leído de ella son las novelas de Manolito Gafotas, como muchísimos niños de mi generación, aunque en este caso a mí no me volvían loca (me gustaban más las aventuras de El pequeño Nicolás, las de Los Cinco y las de Guillermo Brown, por ejemplo). Lo más reciente que había leído de Elvira Lindo son sus artículos en El País, que aunque tampoco son mis favoritos es cierto que tiene algunos estupendos.

Sin embargo, Lo que me queda por vivir me había provocado mucha curiosidad, así que aprovechando los ratos muertos en el transporte público he ido leyendo esta singular e intimista historia sobre una madre y su hijo. Y es que ese es precisamente el mejor resumen que se le puede hacer a este libro: una madre, un hijo y el mundo que ambos han construido juntos. Claro que no estamos ante una madre perfecta, sino ante una madre que se ve desbordada por sus circunstancias personales, complejas en lo personal y algo menos en lo profesional, en una época que tampoco fue un cuento de hadas: la década de los ochenta.

Antes empleaba el adjetivo "intimista", y no es casual, ya que no estamos ante una gran historia, sino ante una historia normal, mundana, que cualquiera podría haber vivido en unos años convulsos y llenos de cambios. La madre, Antonia, se esfuerza en sacar adelante a su hijo de cuatro años, confuso ante la extraña relación de amor-odio de sus padres, mientras intenta evolucionar en todos los niveles. Pero esta evolución no será sencilla, puesto que ella vivirá momentos muy duros, en los que tendrá que tomar decisiones que cambiarán el destino de sus vidas para siempre. Y ahí reside el encanto de esta novela: en que todos sabemos lo que se siente cuando debes elegir entre dos opciones realmente trascendentales, circunstancia que nos lleva a sentirnos identificados con Antonia y su caos vital.

No es el mejor libro que he leído en mi vida, y espero que no sea tampoco el mejor libro que vaya a leer en este verano que se aproxima. No me he sentido enganchada a la historia en ningún momento, y no tenía esa urgencia que todos los lectores empedernidos sentimos cuando hemos encontrado un libro que nos roba todo nuestro tiempo libre, y a veces hasta el que no lo es. Sin embargo, es innegable que es un libro con alma, en el que cada problema duele y en el que los sentimientos te hacen pensar en lo duro que es a veces estar en el mundo, aunque sea de paso. Creo que si alguna vez os habéis sentido muy tristes sin tener muchas razones para ello, u os habéis sentido solos sin que tampoco esto tuviera demasiado sentido, os sentiréis identificados con una Antonia que es todo fuerza, aunque ella se vea frágil como un vaso de cristal.

Confieso que cuando acabé de leer Lo que me queda por vivir me quedé un poco decepcionada, ya que consideraba que el final debería haber sido algo menos anodino, hasta que me di cuenta de que quizás un final más impactante, como el que yo esperaba, podría no tener ningún sentido. Y es que, ¿cómo es el final de una vida normal, o, en este caso, de una etapa de esa vida? Pues, casi siempre, un punto y seguido o, como mucho, un punto y aparte y a iniciar un nuevo párrafo.

No es este un libro que recomiende a todo el mundo, porque como veis no me ha apasionado, pero sí creo que puede funcionarles a todas aquellas personas que disfruten con una historia personal, de andar por casa si me descuido, pero muy bien escrita, algo que siempre se agradece. Con sus virtudes y sus defectos, no me arrepiento de haberle dado una oportunidad a esta madre angustiada y desamparada casi a tiempo completo. Un saludo a todos, en unos días estaré aquí publicando ya la entrada que todos, yo incluida, estamos esperando. Nos leemos.


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